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Regreso a Naxos

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Escena gatuno callejera en Halki, Naxos

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Vista de Naxos capital desde el mar.

Con toda seguridad la isla griega que más hemos visitado es Mikonos, donde terminamos siempre nuestros viajes anuales a esos archipiélagos bendecidos. Es un lugar luminoso, invadido, maltratado y seducido por el turismo masivo, pero ligado a nuestra memoria griega desde hace más de 30 años; en los últimos 20, al menos, hemos ido al mismo hotel, nuestro querido Damianos. La segunda es seguramente Creta, que es como la esencia de Grecia y nuestro gran amor; pero después de estas dos, la batalla está entre otras dos Cícladas: Paros y Naxos, que siempre van como juntas por su cercanía y facilidad de acceso al estar en casi todas las rutas de ferris.

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Camino a la playa de Agios Giorgios, en Naxos capital.

En esa ocasión, verano ya declinante de 2022, Naxos nos sirvió de escala para la ida y la vuelta de Grecia a Turquía. En la ida, sólo pernoctamos un día en la isla, a la que llegamos muy temprano procedentes de Donousa y como escala necesaria. Aun así hicimos lo posible por disfrutar de esa jornada de finales de septiembre, y para eso nada mejor que empezar con un desayuno en la acogedora y urbana playa de Agios Giorgios, donde se encontraba precisamente nuestro hotel, el Ippokampo Beachront, un establecimiento casi perfecto.

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El desayuno diario en el café Finikas, playa de Agios Giorgios.

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Una iglesia en Naxos.

En el café Finikas, sobre la misma arena de Agios Georgios, hemos tenido desayunos grandiosos y largos muchas veces, prolongados como el placer único de su ubicación inmejorable, solos los dos o en compañía de amigos. Sus sillas coloridas, su menú sencillo y su atención insuperable se unen para empezar el día de la mejor manera posible. El camarero es el mismo desde que recordamos, hace años, aunque él no se acordara de nosotros, callado y servicial. Nos sentimos mejor que en casa, también esta vez.

Ese día hicimos pocas cosas más que estar en la playa, en unas hamacas estupendas que pertenecían al mismo hotel. Agios Giorgios, más conocida por su nombre en inglés Saint George, es la perfecta playa familiar, con todos los servicios e ideal para niños por sus aguas poco profundas y siempre calmadas por estar en una recogida bahía. A nosotros nos provoca la calma también, pese a que llega a estar atestada, y a veces la algarabía (preciosa palabra) infantil es excesiva.

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Imágenes al atardecer del casco antiguo de Naxos.

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La tarde se nos fue luego en un paseo por el barrio antiguo, conocido como Kastro, de la época del dominio veneciano, es decir que era y aún hoy es en cierta forma, el barrio católico. La zona, siempre ha tenido un aspecto descuidado, caso extraño en una isla Cíclada con abundante turismo, puesto que el entramado de callejuelas que culmina en el castillo y la iglesia es muy atractivo, y en las partes en las que está más arreglado tiene la belleza blanca y colorida del archipiélago. Pero, cuanto más te alejas del puerto, el barrio va desconchándose. Al menos era así en 2022.

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En uno de los restaurantes más concurridos, el Metaxí Mas (‘Entre nosotros’) nos sentamos a cenar. También este local ha cambiado mucho, antes era más sencillo y tradicional y ahora le ha ganado el diseño. La cena no nos entusiasmó. Al día siguiente partiríamos para ese extraordinario paréntesis arqueológico en Turquía, que ya hemos contado.

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A la vuelta, decidimos pasar varios días más en Naxos. La pena fue que teníamos reservados esos días en un sitio estupendo, los Kalergis Studios, pero estando en Turquía nos avisaron de que había habido un fallo y no podíamos tener nuestras habitaciones, confirmando lo difícil que es hallar sitio en sus instalaciones. El contratiempo arreglamos relativamente rápido, aunque con no poco esfuerzo. El premio fue que vinimos a parar a los Ormos Holiday Studios, también cerca de la playa de Agios Georgios, no en primera línea, pero modernos, bien equipados y bien servidos.

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La costa de Artemida, desde el balcón de Vicky’s Place.

Pero antes de Naxos, a la vuelta desde Turquía fue forzosa una escala nocturna cerca del aeropuerto de Atenas. Resultó una solución estupenda hacerla en Artemida, a apenas veinte minutos en coche y a orillas del mar, junto a un gran santuario dedicado a Artemisa, de ahí el nombre. No nos dio tiempo a visitarlo, pero queda pendiente. Nos alojamos en un magnífico apartamento frente a la playa, llamado Vicky’s Place. La misma Vicky nos recogió por la tarde en el aeropuerto y nos devolvió a él por la mañana por un módico suplemento. Cenamos en una taberna extraordinaria justo debajo, la llamada Ta Delfinia (obviamente, ‘Los Delfines’).

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Placita en Halki.

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Iglesia en Halki, y su interior con frescos.

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El párroco y guía de la iglesia en Halki.

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Detalle del pueblo de Halki.

El tiempo no nos acompañó mucho en esas jornadas de finales de septiembre en Naxos, así que la primera de ellas nos adentramos en la isla, en busca de un pueblo precioso, antes casi siempre tranquilo y sereno: Halki. Nos encontramos esta vez varios autobuses de turistas aparcados y un río de gente por las escasas calles. Nos pareció que eran estadounidenses y cruceristas, una modalidad que antes no llegaba por aquí. Ninguno reparó en una preciosa iglesia de fachada blanca e interior decorado con frescos, y eso que está situada junto a la carretera. Dentro, el sacerdote que pareció regañarnos por hacer fotos en realidad quería explicarnos la importancia del templo, que alojaba frescos del siglo XV.

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La pequeña iglesia de San Jorge, en el campo de Halki, y sus preciosos frescos.

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Luego nos alejamos a buscar la soledad de las iglesias bizantinas repartidas por el campo que circunda Halki, como la de San Jorge, pequeña de piedra y tejas, con su planta de cruz griega, su pórtico y su pequeño campanario en medio de un olivar y con un interior de preciosos frescos, algunos desvaídos pero emocionantes. Hay que buscarla, pero la pequeña excursión merece la pena, aunque no todo el que llega tiene ganas ni tiempo, al parecer, para apreciarlo, como pudimos comprobar en algunos que entraban y salían como si les fueran a morder dentro.

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La antigua destilería de kitron, en Halki.

Aprovechando, entramos a conocer una destilería que produce un licor típico de la isla, el kitron, elaborado a partir de cítricos, que hasta ahora no habíamos probado. Muy bueno en su versión seca. El lugar destilaba también un aire añejo con sus instalaciones centenarias. Muy recomendables la visita y el licor.

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Imágenes de Filoti.

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Visitamos también pueblos más altos en la montaña interior, como Filoti y Apíranthos, que atraen a multitud de turistas ahora y que antes eran como caseríos perdidos y desligados del fenómeno masivo del siglo XXI. Su arquitectura es muy particular, y a la hora que fuimos, con una tarde que amenazaba e incluso amagaba con la lluvia estaban muy desangelados, aunque preciosos.

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Apíranthos, en las montañas de Naxos.

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Esa noche tuvimos que guardar cola para poder cenar en Sarris, taberna del centro cuya fama le viene de su extraordinaria sopa de pescado, pero que también ofrece otras delicias del mar. Después de la espera, disfrutamos de ellas en un ambiente repleto de forasteros (ya entendéis, nosotros no nos sentimos forasteros en Grecia).

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Día de playas en Naxos.

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En Naxos, casi todo lo que hacemos ya es rememorar, y así el día siguiente lo dedicamos a recorrer playas conocidas como Agia Anna, Agios Prokopios y Mikrí Vigla, que vivieron grandes escenas, ya íntimas ya públicas, de nuestro amor, como la preciosa cala de Alykos, bordeada de cedros cobijadores. La belleza sigue ahí, así como el disfrute de comer en alguna de sus tabernas sobre la arena y bajo la sombra de los tarays. Por eso también, todos los días desayunamos en el café Finikas, para impregnarnos de la isla, ya también demasiado asediada por el turismo. Aún con ese asedio, que tiene también las notas positivas de los cuidados locales que hay ahora en la playa de Saint George, se pueden buscar ya hallar los rincones auténticos e inmutables como este. En ellos somos y estamos.

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Atardecer multitudinario en la Portara.

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La misma Portara, hace casi 30 años.

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La estancia en la isla finalizó como tantas veces: con la visita indispensable a la Portara, como se llama a la gran puerta de mármol, resto de un enorme templo dórico levantado en honor a Apolo sobre un islote casi pegado al puerto, ahora unido a tierra por un espigón. Ese lugar mágico convoca al atardecer a cientos de turistas que acuden a los pies de sus piedras a despedir el día. En temporada alta los centenares se convierten en miles. Los comprendo, aunque tanta concentración resulta molesta. Recordé inevitablemente la primera vez que estuvimos en Naxos, y cómo pudimos disfrutar de la soledad en este lugar único, incluso pudimos entrar en el templo, ahora cercado.

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El Kastro y casco antiguo de Naxos, visto desde la Portara.

El dios Apolo vivió en Naxos sus grandes amores con Ariadna, que fue vilmente abandonada por Teseo cuando ambos huyeron de Creta tras matar al Minotauro. Al héroe ateniense no le importó que la ayuda de Ariadna, que le prestó el hilo con el que halló la salida del Laberinto, fuera fundamental en su victoria sobre el monstruo. La historia, sin embargo, acabó muy bien para la cretense, que disfrutó de su ‘braguetazo’ con uno de los inquilinos principales del Olimpo, y en mejor lugar.

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Al día siguiente, nos trasladaríamos a otro de esos lugares del corazón: Paros, la de tantos descubrimientos vitales…

 

 

 

 

 


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