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Fiskardo sobrevive con elegancia

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Fiskardo, camino de nuestro hotel.

Fiskardo, camino de nuestro hotel.

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Salió el sol en Fiskardo.

Salió el sol en Fiskardo.

 

Barcas en el puerto de Fiskardo.

Barcas en el puerto de Fiskardo.

Con el transcurrir del tiempo, se nos da cada vez más que cuando vamos a Grecia en realidad volvemos a algunos de esos lugares que forman parte de nuestra historia, la de Penélope y yo. Es el reencuentro, y casi sin querer nos vemos haciendo el repaso de detalles nuevos, edificios reformados o cosas que no estaban y ahora están. Hace muchos años, quince ya, estuvimos en Cefalonia, una de esas islas jónicas verdes a reventar, intrincadas de interior y con asombrosas playas blancas, largas y bañadas por un azul casi irreal.

Una tienda en el pueblo.

Una tienda en el pueblo.

Y un restaurante cercano.

Y un restaurante cercano.

 

En aquella primera ocasión, la puerta de entrada fue el puertecito de Fiskardo, casi la única población que había quedado en pie en la isla tras el terrible terremoto de 1953, junto con buena parte de la cercana Assos. Fue una revelación, un puñadito de casas de colores junto al mar que ya apuntaba como refugio de veleros recreativos de un cierto nivel económico. Quisimos también entrar el pasado septiembre por aquí a Cefalonia, dado el buen recuerdo que nos dejó. No nos defraudó en absoluto. Los colores eran más vivos, las casas, las tiendas y los restaurantes, más numerosos y cuidados. Y la tranquilidad estaba intacta. Hay un considerable aumento de veleros amarrados en el muelle que discurre junto a las casas y eso le quita vista, con tanto palo, cables, jarcias o como quiera que se llame el variado aparejo que acompaña a estas embarcaciones. Es difícil apreciar el conjunto entre ese bosque marinero.

Fachadas, cielo y flores.

Fachadas, cielo y flores.

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Pero en llegando la noche, Fiskardo es mágico. Tal vez repelentemente mágico, diría alguno, o pasado de elegancia. No me importa. Sí, tal vez es imprescindible el lino blanco por la noche. Pero puestos a pasarse, prefiero que sea en esto. La tenue iluminación de tiendas, restaurantes y terrazas contribuye al tranquilo y corto paseo y anima a sentarse a dejar correr la velada con una botella de robola, el delicado vino blanco local, y algunas de las especialidades culinarias de Cefalonia. Posee ese tesoro tan indefinible de los lugares agradables: nada, casi ningún sitio a donde ir o distraerse. Sólo tú con tu compañía.

Playa de Emblissi, muy cerca de Fiskardo.

Playa de Emblissi, muy cerca de Fiskardo.

Otras vistas de la playa.

Otras vistas de la playa.

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Otra vista mejor.

Fiskardo es para desayunar temprano en el puerto, dejarlo atrás por la mañana y alejarse hasta alguna de las mayúsculas playas a pasar el día (la incomparable Myrtos). O a quedarse en alguna de las cercanías, como la maravilla mínima de Emblissi, a un paseíto, o la más escondida de Agia Jerusalem, con una reputada y frecuentada taberna bajo los árboles y frente al mar. Y luego, casi a continuación, con el agradable salitre aún en la piel y el recuerdo del vino en el gaznate, tomar posesión del muelle atardeciente, ya en el pueblo, con el libro y la cámara en la mano. Y acompañar más tarde al cansado día por el referido paseo nocturno entre barcos y mesas. Qué más quieren que les diga…

Atardecer sobre Fiskardo.

Atardecer sobre Fiskardo.


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