La que os voy a contar es una de los cientos de historias que en torno al heroísmo se han escrito en Creta. Yo, que creo que la muerte es el final de todo y casi nunca es digna, tiendo a ser de aquellos que piensan que vale más un cobarde vivo que diez valientes muertos. Y nunca me impresionaron, sino que más bien me extrañaron y me produjeron sentimientos contrarios, esas historias que nos contaban en el colegio sobre el valor de los habitantes de Numancia o Sagunto, prefiriendo morir antes que perder la vida, apóstoles de la honra sin barcos o de morir con las botas puestas. No digo que no, sino que tengo muchas dudas. Es este el caso de la triste historia de la cueva de Melidoni, cerca de Rethymnon, junto a la costa norte central de Creta.
Conocida también como Gerontospilios, desde la antigüedad se supone que albergaba el culto a Talos, un gigante de bronce que protegía a la isla de Creta de sus enemigos. Este ser por cuya única vena corría sangre de dioses, era capaz de dar dos veces la vuelta a la isla en sus gigantescas rondas de vigilancia. No terminó bien sus días. La hechicera Medea, que viajaba con los Argonautas cuando estos quisieron arribar a la isla, consiguió dormirlo con engaños y arrancó el clavo que cerraba su vena, lo que hizo que se desangrara, y muriera de manera poco digna. En la cueva se han encontrado multitud de restos arqueológicos, testigos de este culto.
Pero un hecho más reciente y no menos sangriento hizo que volviera a convertirse de nuevo en un lugar sagrado para los cretenses. En octubre de 1823, en plena revolución griega contra los ocupantes turcos, 340 mujeres y niños y 30 hombres se refugiaron en la cueva, bastante escondida, huyendo de los soldados otomanos. Naturalmente, éstos no tardaron en dar con ellos, y cercaron el refugio conminando a sus ocupantes a rendirse. El heroísmo, esa espada de doble filo, les llevó a negarse. Y la verdad es que resistieron bien. Todos los intentos de los turcos eran rechazados sistemáticamente. Pero en junio de 1824, el jefe Hussein Beis decidió que ya no aguantaba más, acumuló cantidades ingentes de ramas, telas y todo lo que podía arder en la entrada de la cueva y prendió fuego. Murieron asfixiados todos los resistentes. Hoy, una tumba común con los restos de los héroes y una cruz sobre ella recuerdan ese terrible drama que no concede gloria a ninguno de los protagonistas.
La cueva, que es en sí misma una belleza de formaciones, estalactitas y estalagmitas, se encuentra a más de doscientos metros de altura, y desde su boca se divisa un hermoso y amplia paisaje de olivos y cultivos que se prolonga hasta que comienzan las estribaciones del no menos imponente Monte Psiloritis, o Monte Ida, rodeado también de un aura sagrada milenaria, la misma que impregna a toda la isla.