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Alonisos, la tranquila llegada

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Penélope, feliz ante el Skiathos Express, en el puerto de Skiathos.

 

Salíamos temprano en ferry desde Skiathos en busca de aguas y tierras más tranquilas, a la Isla de Alonisos. Pero no tan temprano como para que no nos diera tiempo de tomar un desayuno en el puerto mientras esperábamos el barco, en uno de los numerosos locales que llenan los muelles y que se convierten en la mejor y más cómoda sala de espera y la que tiene mejores vistas.

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A bordo del Skiathos Express

Hay algo muy inexplicablemente confortable en ver llegar la nave en la que te has de embarcar y que su imagen a lo lejos sea la señal de que tienes que pagar la cuenta, y sabes que puedes hacerlo tranquilamente, porque el buque aún tiene que atracar, y desplegar la rampa y dar salida a los cientos de pasajeros, camiones, motos y turismos que un navío de las características del “Skiathos Express” puede llevar en su enorme panza, y luego empezar las maniobras contrarias para volver a llenar sus bodegas y salones.

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La isla de Skopelos, desde la cubierta del barco.

Al fin subimos, repitiendo el ritual que tanto nos gusta en los ferris griegos: cargar con la pesada maleta por la rampa, acercarnos a uno de los mamparos marcados para dejar el equipaje y soltarlo allí con la absoluta confianza de que nada le pasará por largo que sea el trayecto, y luego dirigirnos al portillo en el que esperan uno o dos empleados de la compañía para revisar si llevas tu billete, y ya más ligero, buscar un sitio donde acomodarte, en alguno de los bares o salones dispuestos o, si tienes suerte y has logrado adelantarte a esas mujeres griegas que llevan pólvora en las piernas, encontrar tu lugar en la cubierta trasera bajo la sombra protectora de un techo y mirando la isla que se va alejando mientras la estela de espuma blanca permanece pegada a la popa, como la de un cometa marino.

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Nuestra terraza en el hotel Liadromia de Patitiri, el puerto principal de Alonisos.

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Alrededores del hotel Liadromia.

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El ‘Skiathos Express’ lleva siempre cientos de pasajeros porque su siguiente parada es Skopelos, que resulta algo menos frecuentada pero cada vez lo es más, dada su vinculación con la película ‘Mamma Mía!’ por ser escenario de sus más famosas secuencias. Pero nosotros nos dirigíamos más lejos: Alonisos, que no padece el turismo masivo ni siquiera en temporada alta. Su capital, Patitiri, ostenta un nombre que se diría perteneciente a una isla del Pacífico. A su puerto arribamos en un mediodía caluroso, y en seguida buscamos el hotel Liadromia, del que guardábamos tan buenos recuerdos.

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El almuerzo en el Votsalo, en la playa de Roussoun.

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Los baños en Roussoun.

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Habíamos pasado unos días allí hacía 15 años. La propietaria era la misma, y el hotel ha cambiado algo como era de esperar. A nosotros no nos reconoció, lógico, y nos volvió a dar la prolija información que acostumbra sobre la isla, sus playas, lugares y hasta restaurantes. La verdad es que no teníamos tiempo que perder, y un taxi nos llevó a la cercana playa de Rousoum, en realidad una pequeña cala con algunos apartamentos, un embarcadero y un par de restaurantes. Nosotros elegimos el Votsalo, otro nombre muy común en los locales griegos situados en la playa ya que significa ‘guijarro'; nos llamó la atención por su blanca terraza sobre la misma arena, para una sencilla pero reposada comida antes del primer chapuzón de la temporada en el mar Egeo, y de la primera estirada sobre la tumbona playera.

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Vistas en el puerto de Patitiri al atardecer.

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Si cada minuto en las islas griegas, en aquellos días plácidos en que Eolo las respeta con su caricia, es un disfrute, el goce alcanza su más alto grado en los atardeceres. El Liadromia permite contemplarlos desde sus balcones, que dan a la estrecha bahía que forma el puerto, lo mismo que los locales de restauración que permiten la vista desde una cierta altura. Ahí tomamos un café mientras la tarde caía. Más tarde, en uno de ellos asentamos al anochecer nuestros reales para disfrutar, no del pescado que parecería más apropiado por estar junto al mar, sino de un suculento plato de cabra estofada con patatas, y de algunas delicias más. Esa tarde y noche los dioses fueron benévolos con nosotros y nos permitieron el inmenso placer de la calma sobre el mar.


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