Nunca he sabido si darle mucha credibilidad a lo que se llaman caracteres nacionales. Es decir, los ingleses son así y los franceses asá, o los españoles ya se sabe y los latinos tienen la sangre ardiente. No sé, no sé, porque no creo que haya ninguna ciencia que pueda probar que los gaditanos tienen más gracia que los catalanes, tal vez porque comen más pescado frito. Pero a la vez, supongo que algo tiene que influir el idioma que oigas, la música con la que te acunen, te despierten o festejen tus cumpleaños, los días en los que el sol te invita a ir a la playa o aquellos meses largos en los que el frío te hace buscarle las ventajas a ser hogareño. Por no hablar de quién puede disfrutar más de la comida, si el que no tiene a su alrededor más que campos helados o desiertos arenosos, o el que está acostumbrado a vivir en un vergel.
Así que sí, que los pueblos son diferentes también según el sistema de convivencia que se hayan arreglado durante siglos o los golpes que hayan sufrido en la historia. ¿Qué por qué este prólogo baratamente sociológico? Como otra forma de resumiros el chapuzón en el Mediterráneo que nos supuso la llegada a la isla de Poros, en el golfo Argosarónico, muy cerca de Atenas y casi pegados al Peloponeso. Veníamos de la plácida Croacia, hermosa tierra que comparte con Grecia la luz, buena parte del mar y cierta gastronomía centrados en el Mare Nostrum. Pero estando tan próximas y compartiendo un mismo territorio geográfico, ambos pueblos no se parecen en casi nada. Así que de nuevo viene la pregunta: ¿existen los llamados caracteres nacionales?
En Croacia encontramos gente muy amable y una sociedad que parecía satisfecha en muchos aspectos, con un servicio muy atento a los turistas, que no paran de llegar dentro de esa última moda que consiste en que todo el mundo viaja. Pero todos compartían lo que podríamos llamar un carácter ‘reservado’. Bajo nuestro punto de vista, muchas veces parecían estar de mal humor. Poca broma. Y de pronto, desembarcamos en Poros, muy temprano. Al principio, nada extraño ocurrió. Llegada al hotel y esas cosas. Pero en el camino la maleta se rompió, cosas que pasan. Nos vimos de pronto en la necesidad de comprar otra. En la primera tienda que parecía tener posibilidades de vender esas cosas, preguntamos. Pero no. En la siguiente, frente al puerto, el hombre nos dio la alegría: sí, la tenía. Pero no allí, en otra tienda. ¿Dónde? Bastante lejos, y no fácil de indicar. Lo intentó, pero de pronto miró a su alrededor y encontró la solución idónea. Llamó a gritos a dos muchachas que estaban por allí con sendos ciclomotores, les dio unas claras órdenes que ellas acataron no de muy buena gana, y casi sin tiempo a pensarlo estábamos Penélope y yo sentados cada uno en el sillín de una motito guiada por sendas jovencitas. Y así, a toda velocidad y recorriendo todo el paseo marítimo, vinimos a parar ante la tienda en la que encontramos una estupenda maleta, ideal para nuestras necesidades. Solución a la griega: rápida, eficaz y agradable.
No hubo forma más divertida de empezar nuestra visita a una de esas islas cercanas a Atenas que todo el mundo suele visitar en el curso de una excursión de un día desde la capital griega. Poros es una isla muy pequeña, muy serena, separada de tierra firme sólo por un estrecho canal que constantemente cruzan pequeñas embarcaciones para trasladar vecinos de un lado al otro, y que zarpan cuando reúnen el suficiente número de pasajeros. En apenas unos minutos pasas al continente, y viceversa, por poco no es isla. La única población lleva el mismo nombre y es un conjunto de casas de colores claros dispuestas como un espolón y que suben desde el puerto hacia la colina, en donde se encuentra la Torre del Reloj. El resto es colina verde y alguna cala más alejada, si se puede emplear ese término.
La vida transcurre de manera apacible, y el único ajetreo se produce cuando llega algún barco de excursiones o de línea al puerto. Durante el día, los escasos turistas se diseminan en muy pocas playas, y por la noche pasean por las calles y plazas recogidas, se congregan en las buenas tabernas frente al mar, y el día acaba no muy tarde. Existe la posibilidad de hacer una visita de un día a la cercana y glamurosa isla de Hydra, que tiene uno de los puertos más bellos del Mediterráneo, pero esa es otra historia. Durante nuestra corta estancia en Poros, nosotros nos dejamos llevar por ese ritmo, a fin de cuentas muy sabio: paseo, playa y tabernas. Poco más se puede (y me atrevo a decir que se debe) pedir.