Porto Katziki significa Puerto de Cabras, o algo así en griego. El nombre suena mejor en este idioma. De la misma forma que la impresionante playa luce más vista desde lejos, desde arriba, con una larga y estrecha media luna de arena fortificada por un solo lado por un alto acantilado de caliza blanca, coronado de verde pino. Es una de las postales más difundidas de la isla de Lefkada. Su belleza paisajística es innegable, asombrosa, puesto que al sólido escenario lo complementa un agua de un azul tan intenso que se convierte en añil en muchos momentos del día. Y, además, la entrada a la playa se hace desde lo alto del acantilado en un descenso casi vertical, a menos que quieras participar en una de las numerosísimas excursiones que llegan en barco desde los enclaves turísticos cercanos.
Todo el que visita Lefkada va a Porto Katziki, pese a la carretera tan sinuosa, pese a las aglomeraciones en el aparcamiento que se queda pequeño en seguida, pese a la marea humana que pulula por la estrecha escalera, por la franja de arena, en la orilla atestada. Todo el mundo va porque su atractivo es como un imán, porque todo el mundo la ha visto en postales y porque todos queremos comprobar si su belleza es auténtica. Lo es. Es uno de esos espectáculos que brinda la naturaleza y que (sí, lamentablemente) la excesiva afluencia de público altera para mal. Es inevitable. Nosotros también, también fuimos a verla, y sufrimos también todos los inconvenientes que arriba se enumeran. Valió la pena la vista, aunque luego la bajada y la subida fueran un desfile lento rodeados de pareos, bañadores y mochilas. Aunque el baño en aquellas tentadoras aguas se limitara a un chapuzón por decir que nos habíamos metido al menos. Pero no se podía estar. La Naturaleza se quedó corta en el espacio que previó para los humanos, quizá porque no pudo imaginar que serían atacados por el síndrome compulsivo del turismo masivo a principios del siglo XXI. Y menos desde que a esta fiebre se han incorporado países cercanos a Grecia como son todos los del antiguamente llamado Bloque del Este.
Sí, la misma playa parecía agobiada con la afluencia. Y eso era a principios de septiembre. La misma playa, con el ir y venir de sus olas, nos decía que nos fuéramos. Y le hicimos caso. Enrollamos el petate y subimos de nuevo la escalinata. Y al menos lo hicimos con una ilusión: unos kilómetros antes, en una parada panorámica que hicimos, habíamos visto un letrero anunciando una prometedora taberna, la Taberna Oasis, con un no menos ilusionante menú en el que aparecía uno de nuestros descubrimientos gastronómicos últimos en Grecia: precisamente la cabra, katziki, ya sabéis. Sí, sí, al horno. Buenísima. Y casi solos, allí en lo alto, a la sombra. Disfrutando.