Tanta diferencia como de la noche al día, o casi tanta.
Desde el aeropuerto europeo y multinacional de Basilea-Mulhouse-Friburgo, y tras cinco días por la Europa más escamondada, Alsacia, salimos con más de dos horas de retraso hacia Roma. Ese contratiempo aéreo nos impidió disfrutar como pensábamos de una tarde noche en Roma, y nos tuvimos que conformar con una cena bajo un cielo amenazante que había descargado con furia un rato antes. Bueno, fue muy agradable el reencuentro con los spaguetti alle vongole, el vino blanco en jarra y la pizza auténtica en La Gallina Bianca, una recomendable trattoria cerca del hotel, en el populoso barrio de Termini, cerca de la cinematográfica estación romana. De Francia a Grecia con una breve escala en la capital de Italia, sólo una noche como cámara de descompresión tal vez en el camino al Mediterráneo profundo.
A la mañana siguiente la lluvia volvió a castigar Roma de manera inclemente, así que no llegamos muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio. Todo lo más, el rato libre nos alcanzó para comprar con bastante antelación el billete del tren que nos había de llevar a Fiumicino, y para ojear el tumultuoso mundo que se arremolina alrededor y dentro de una gran estación ferroviaria, con las malas pintas habituales, los locos evidentes, los buscavidas transparentes y los borrachos conocidos andando, paseando, pidiendo dinero y ofreciendo todo tipo de mercancías. Destacado papel el de los paquistaníes (por otorgarles una nacionalidad) que cambian de manera rapidísima su oferta pasando de la sombrilla y el palo de selfie al chubasquero y el paraguas a la misma velocidad que la nube decide despejar o descargar. Cerca de la Stazione Termini, unos clásicos y generosos soportales ofrecían un oportuno refugio con café para dejar que el temporal amainase.
Nos dirigíamos hacia nuestro destino y aún otro retraso nos haría llegar a deshora, ya entrada la noche, a Preveza, ciudad importante localizada enfrente de Lefkada, a apenas 20 minutos de camino de esta isla jónica, que técnicamente no debería serlo puesto que está unida al continente por un pequeñísimo puente. Lefkada fue hace una quincena de años simple escala de nuestro viaje a Itaca, no el figurado, sino uno real a la patria de Ulises, pero ahora queríamos visitarla más a fondo.
La llegada, tardía por los inconvenientes, fue agradable. Lefkada capital estaba llena. Una gran multitud recorría sus calles el sábado noche, y los restaurantes junto al mar rebosaban de público. Todo tan mediterráneo… Empezábamos nuestro enésimo encuentro con Grecia, ese cierto caos tan amable.
Y tan diferente del confort limpio que habíamos encontrado en Alsacia. Se diría que esos dos mundos representara precisamente a la antigua lucha de los clásicos griegos, la búsqueda del equilibrio entre la pasión y la razón que daría como consecuencia la virtud. Como si la razón contenida se hubiera hecho ciudadana de Europa del Norte y la pasión se hubiera enseñoreado del Sur. Tal vez, quién sabe, si alguna vez se retoma el equilibrio que se alcanzó en la Atenas de Pericles, Europa entera podría reencontrarse a gusto consigo misma. De momento, nos encantó la cita revivida con la luz explosiva, el reino del mundo familiar en las terrazas y la cocina con sabor a nuestro. De eso hablaremos a partir de ahora.